Esta mañana, mientras manejaba al trabajo, ocurrió algo que hace tiempo pensé que no pasaría.
Pensé en ella.
Lo acepto querido lector imaginario, me asusté un poco. Yo que no le temo casi a nada, mas que a los
cocos disfrazados de gatos. Yo que presumo de que mi análisis racional de las cosas evita que caiga en miedos sin sentido. Si. Sentí miedo.
Es que si la vida siguiera su curso, su planeado y totalmente previsible acontecer, no tendría que haber pensado en ella. Que lo haga significa que a ocurrido una desviación del camino trazado. Un imprevisto.
Entonces sentí una punzada bien fuerte de dolor, como si por una fuerte mordida se me hubiera atorado en la caries de la muela del juicio una piedra de
fríjol kabax mal espulgado. Aunque no me gusta el frijol kabax, aunque no tengo muelas del juicio.
Fue el dolor de lo impredecible, el dolor de la posibilidad de revivir malos momentos.
Entonces me acordé por que estaba pensando en ella... y el dolor se fué.
Se fue a donde chingados se halla estado yendo en estos últimos días, al mismo pinche lugar donde esta escondida la melancolía, jugando cartas con la soledad.
Ya que pensé en ella por que mi mente está llena de sus cosas; de sus berrinches, de sus miradas, de sus sonrisas. Por que mi piel está llena de sus cosas; olores, sabores, ausencias, presencias. Por que mi vida esta llena de sus cosas.
Pensé en ella por la liga en la palanca de velocidades de mi carro, por su cepillo en el asiento, su blusa colgada y sus zapatos tirados en la parte de atrás, por que a pesar de la limpieza, mi casa esta llena de sus cosas y mi cama llena de su existencia. Por que a pesar de que hace unos meses
negué rotundamente la posibilidad de que un día estuviese conmigo, el día de hoy lo esta.
Pensé en ella por que en el instante mismo en el que entró a mi vida, sacó de mi cabeza todo lo demás.